martes, 3 de mayo de 2011
El Cho. Adolfo Guiard. 1887.
La burguesía vizcaína experimentó un crecimiento y un enriquecimiento extraordinarios ligados al enorme desarrollo de la industrialización a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Lógicamente, esta enriquecidísima clase buscará evidenciar el status adquirido mostrando interés por las formas artísticas y adquiriendo obras pictóricas con las que decorar sus viviendas, mansiones, clubes y asociaciones. De esto se beneficiará una nueva generación de artistas vascos surgidos en las últimas décadas del siglo XIX, que, además, aprovechando becas de formación de la diputación u otras entidades o lanzándose a la aventura, serán los primeros en viajar a París para formarse y conocer de primera mano las nuevas corrientes artísticas (Impresionismo, Postimpresionismo, simbolismo,….) que iban surgiendo en la Ciudad Luz. Hasta entonces, lo más habitual era que los artistas acudieran a Roma, considerada tradicionalmente como la capital de las Artes, así que en la voluntad de acudir a París se encontraba también un interés por los cambios que se estaban produciendo en el arte y una cierta voluntad de ruptura con la tradición. Sin embargo, a la conservadora burguesía vizcaína le iba a costar aceptar lo que los jóvenes artistas les ofrecían y estos no tuvieron más remedio que atemperar lo que habían aprendido en París para adaptarlo al rígido gusto de la mayoría de dicha clase social.
Entre los primeros pintores que acudieron a París se encontraba el bilbaíno Adolfo Guiard, hijo de un fotógrafo francés establecido en Bilbao. En su estancia parisiense se despertará su interés por el Impresionismo. Pero como hemos dicho, quizás para dulcificar lo aprendido en París y agradar a la burguesía bilbaína, Guiard combinó el interés por la captación de la fugacidad de los efectos atmosféricos y la pincelada empastada de los impresionistas con cierto interés por lo anecdótico y lo costumbrista y , algo absolutamente en contradicción con los modos de hacer de la mayoría de los impresionistas, un mantenimiento del dibujo en la estructura del cuadro, influencia quizás de su admirado Degas, cuya amistad cultivó Guiard en París.
Tras volver a Bilbao, Guiard elegirá establecerse en Bakio, un pueblo del litoral vizcaíno, buscando la inspiración en el verdor del paisaje circundante, pero sobre todo, haciendo protagonista de sus cuadros a los baserritarras y aldeanos. Así , como hemos dicho, veremos unos cuadros tratados con una sutil técnica impresionista en la que se combinarán elegantes armonías de los tonos verdes y azules del paisaje con una temática que podríamos llamar costumbrista.
Las obras más importantes de Guiard son, seguramente, la serie de lienzos de gran tamaño que pintará para decorar la Sociedad bilbaína, la aldeanita del clavel rojo o la obra que vamos a comentar a continuación: El cho.
Éste es un óleo sobre lienzo de tamaño mediano( 82 x 61 cm). La composición está dominada por un plano medio de la figura del joven. El color está aplicado por medio de pinceladas bastante empastadas y densas. Es llamativo que, como hemos dicho antes, a pesar de que la técnica e intereses se acerquen a los del impresionismo, Guiard emplee el contorneado en algunas partes de la figura. En la gama de colores dominan los colores cálidos entre los que priman tonos marrones, ocres y anaranjados poco saturados, aunque también algunos fríos violáceos, con los que reproduce cuidadosamente la luz del amanecer y los efectos que ésta produce en la figura del joven que da título al cuadro, en la cubierta del barco y en el puerto pesquero.
Guiard representa en este cuadro a un grumete de un barco pesquero( “ Txo” es la palabra en euskara que se emplea en los puertos vizcaínos para referirse a los jóvenes que desempeñan tal actividad), con ( quizás también por influencia de Degas) un ánimo casi naturalista, representando el gesto indolente, como si estuviera desperezándose, del joven.
Con Guiard se iniciará el camino del moderno arte vasco, y veremos como a partir de él, la influencia de las corrientes artísticas parisienses en el arte vasco de finales del XIX y primeras décadas del XX será constante.
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