domingo, 7 de febrero de 2010

La Venus del espejo. Velázquez.1652.


Diego de Velázquez es, sin duda, el gran genio de la pintura española del barroco y uno de los más grandes de la historia del Arte. Nació en Sevilla, dónde se formó y adquirida su maestría se dirigió a Madrid con la intención de trabajar en la corte, lo que consiguió, ya que alcanzó el favor de Felipe IV y con él, el puesto de pintor de cámara del Rey.
En el larguísimo reinado de Felipe IV, el enorme imperio español , convertido en el capitán de la Contrarreforma, se encontraba en decadencia debido a las constantes y costosísimas guerras , como la guerra de los Treinta años, que lo enfrentaron a otros estados europeos, a una corrupción administrativa generalizada y a una mala administración. Sin embargo, esta época corresponde también con un periodo de enorme esplendor cultural de España, el llamado Siglo de Oro, en el que surgirán genios como el escritor Quevedo, el dramaturgo Calderón de la Barca o los pintores Zurbarán, Murillo y el propio Velázquez.
Felipe IV de hecho, fue un rey muy interesado por la cultura y un gran aficionado a la pintura lo que le hizo atesorar una magnífica colección de pinturas de artistas italianos del renacimiento, cuya contemplación causó una gran influencia en Velázquez.
En la vida de Velázquez fueron además muy importantes los dos viajes que, con un lapso de 20 años, realizó a Italia, comisionado por el rey para comprar obras de arte para la colección real. En el primero conoció aún mejor  la pintura italiana,  De este modo, gracias tanto a lo conocido en Italia como a los magníficos cuadros de Tiziano y de otros autores que había podido contemplar en la colección real su obra evolucionó reflejando  la influencia de la pintura veneciana.
Así, la pintura de Velázquez destaca por la valoración de la materia pictórica y de los juegos de texturas y distintas plasticidades de pinceladas, veladuras y empastes que utilizará con una precisión y soltura extraordinarias en la conformación de la imagen y de los distintos elementos que en ella aparecen representados. Pero además de esto nos llama la atención el naturalismo del tratamiento de la imagen, tanto en el retrato y captación de los personajes y sus gestos, como en la representación del paisaje y de los espacios en los que se sitúan los personajes. como podemos ver en los paisajes al atardecer en los que sitúa La rendición de Breda o el retrato ecuestre del Conde- Duque de Olivares, o los dos magníficos paisajes de Villa Médicis , realizados en su segunda estancia romana, que sorprenden por el tratamiento de pequeñas pinceladas casi “impresionista”. Pero también sorprende el tratamiento absolutamente original del espacio en cuadros como Las Meninas o las Hilanderas.
Otros cuadros importantes de Velázquez son la antes mencionada rendición de Breda ( conocido como las Lanzas), El triunfo de Baco (popularmente, los borrachos), la fragua de Vulcano o el Cristo crucificado y los magníficos retratos de Felipe IV y sus familiares, así como los de los bufones y enanos de la corte o el del Papa Inocencio X .
La Venus del espejo es un óleo sobre lienzo de 122x177 cm. pintado hacia 1652.
La soltura y la precisión de las pinceladas de Velázquez son extraordinarias. Destaca, además el magnífico tratamiento del cuerpo y de su carnosidad, donde se combinan un realismo asombroso y un dibujo y modelado de una elegancia extraordinaria que entronca con la tradición de los desnudos de su admirado Tiziano. Es llamativo como Velázquez emplea brillantes pinceladas de bermellón en zonas de sombra del contorno inferior del cuerpo.
Los sfumatti utilizados en el contorno del cuerpo de Venus, en el modelado del cuerpo de Cupido y el reflejo del espejo contrastan con la pintura de una soltura extraordinaria , casi gestual y más matérica de los tejidos representados en la cama, la cortina o la admirable economía de medios, que aúna soltura, sencillez y precisión, con que resuelve las plumas de las alas de Cupido o la cinta de tela que cuelga del brazo de éste y del marco superior del espejo.
Entre la gama de colores del cuadro destacan los tonos cálidos del rojo de la cortina, el color carne de los cuerpos y el rosa de la cinta, el blanco y los fríos grises de la cama y el marrón del fondo.
El claroscuro es acusado y parece provocado por una iluminación focal.
En la composición apreciamos las líneas curvas que convergen en el punto del lado izquierdo de la imagen marcado por el pie de Venus y que subrayan la sensualidad del contorno del estilizado cuerpo de Venus que parece inspirarse en los modelos de la antigüedad clásica.
Rubens ya había tratado el tema de Venus reflejándose en un espejo casi 50 años antes que Velázquez, aunque a diferencia de éste, la pintó sentada y con un cuerpo de formas más redondeadas y carnoso.
Seguramente, este cuadro fue pintado por Velázquez en Roma durante su segunda estancia en Italia. Aunque las Venus desnudas y reclinadas habían sido un tema habitual ya desde el Renacimiento veneciano con la Venus dormida de Giorgione y las posteriores Venus de Tiziano, en la rígida e intransigente España de la Contrarreforma un desnudo, aunque fuera mitológico, era algo singular por lo que Velázquez optó por situarlo de espaldas y así no hacerlo tan explícito. Al igual que en las Meninas, Velázquez introduce un espejo para poder ofrecernos el retrato difuminado del rostro de la modelo y establecer un juego de miradas recíprocas entre la Venus que parece observar a los espectadores a través del espejo en el que se refleja y los espectadores que apreciamos su rostro aunque difuminado en dicho espejo.

Este cuadro es seguramente el desnudo femenino más bello y sensual de la historia del arte y enlaza los ya mencionados de Giorgione y Tiziano con los sensuales desnudos rococó de Fragonard y Boucher y las posteriores Maja Desnuda de Goya como la polémica Olympia de Manet.

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