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domingo, 1 de marzo de 2020

La Danaide. Auguste Rodin. 1889.


La de Auguste Rodin es una de las obras más singulares de finales del XIX ya que bebiendo de la tradición (desde Miguel Ángel a Carpeaux), creará las bases de lo que sería la evolución escultórica posterior.  Podemos decir que el siglo XIX fue el siglo de la Pintura por la evolución que ésta sufrió a través de los distintos movimientos artísticos que se sucedieron. Sin embargo, hasta la irrupción de Rodin en las últimas décadas del siglo XIX , la escultura se había mantenido en parámetros que repetían formas y fórmulas del pasado (  Entre otras, neoclásicas, neorrenacentistas y neobarrocas) que satisfacían el gusto conservador de la clientela burguesa. Rodin, con la introducción de las formas y contornos fluidos en una suerte de difumado espacial, que suaviza la presencia de la forma escultórica en el espacio parece dar el punto de partida a una de las cuestiones fundamentales por las que discurrirá la escultura del siglo XX: La del establecimiento de nuevas relaciones entre forma escultórica y espacio circundante.  Otra cuestión revolucionaria en Rodin que atañe a lo procesual es el interés por lo fragmentario, como evidencian, por ejemplo, sus vaciados y moldes de distintas partes del cuerpo. Rodin llamaba “despojos” a brazos, manos, pies y cabezas que modelaba en barro y vaciaba después en yeso para obtener numerosas copias que luego empleaba, en distintas obras, en un proceso de reconstrucción que prefigura prácticas artísticas posteriores. Otro rasgo característico de la obra de Rodin es el contraste en el tratamiento de las texturas. De este modo, en una misma obra aparecerán elementos finísimamente pulidos y otros con aspecto rugoso o inacabado y recurrirá al Non Finito en sus tallas en piedra, dejando partes del bloque sin tallar, aunque hará esto por un criterio de tipo estético y no ideológico como había hecho Miguel Ángel. La obra de Rodin se caracteriza también por una intensa y frecuente sensualidad.
 Rodin solía trabajar sus formas en barro y escayola y luego éstas eran vaciadas en bronce o talladas por sus ayudantes en mármol. En sus esculturas en escayola se veían las huellas del trabajo manual: la impronta de dedos y herramientas.
 En ocasiones se ha calificado a Rodin de escultor impresionista, aunque el término está aplicado quizás un poco por los pelos, ya que con los impresionistas coincide en el tiempo y sólo puede tener en común con estos esa ya mencionada apariencia de inacabado de sus formas. Es más evidente la relación de Rodin con el Simbolismo, especialmente por los temas tratados, en los que es frecuente una visión mucho más sensual del amor o la visión de la mujer como objeto de deseo o “ Mujer fatal”.
Tanto Brancusi como otros muchos escultores reconocieron que su obra no sería posible sin la de Rodin.
 De Rodin podemos destacar obras como el “retrato de Balzac”, “Los ciudadanos de Calais”, y las “Puertas del Infierno” de las que hubiera formado parte la conocidísima “el Pensador” y de las que derivan otras como “El Beso” y“La Danaide” de  la que hablaremos a continuación.
Las Puertas del Infierno fueron un encargo hecho a Rodin para un Museo de Artes Decorativas que no se llegó a edificar. Rodin trabajó en ese proyecto a lo largo de toda su vida, incluso después de que supiera que esas puertas no iban a tener el destino para el que habían sido encargadas: La figura de la Danaide fue modelada por Rodin en escayola hacia 1885 y ya no aparecería en su última versión. Posteriormente hizo alguna réplica en bronce.
La obra que estamos comentando es una versión tallada en mármol en 1889 por uno de los asistentes de su taller. Se trata de una escultura de tamaño pequeño (unos 71 cm. de longitud). El cuerpo, magníficamente tallado está cuidadosamente pulido, creando una superficie fluida con un acabado aterciopelado de la piel que contrasta con el bloque de mármol del que parece surgir, tallado de forma mucho más escueta con una textura basta y rugosa, mostrando las huellas del puntero.
Rodin construyó una especie de paisaje femenino, poniendo de relieve la línea de la espalda y de la nuca de la Danaide. Las formas y detalles anatómicos de la espalda, sutilmente tallados son una sucesión de formas fluidas que parecen suaves colinas. El poeta Rainer Maria Rilke, que colaboró con Rodin definió el cabello de la Danaide como ”líquido”; el cabello esparcido desciende suavemente, fundiéndose con el agua vertida de la jarra sin fondo.
 El tema de la escultura es mitológico y alude a la historia de las hijas de Dánao, las Danaides, que fueron condenadas a ir llenando eternamente una jarra sin fondo, por haber matado a sus jóvenes esposos durante su noche de bodas.
Rodin eligió, no como en la iconografía tradicional, el momento del llenado de las vasijas, sino el de la desesperanza, frente a la esterilidad de la tarea. Agotada por una tarea sin fin la Danaide reposa la cabeza "como un gran sollozo" encima de su brazo.

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