La de
Auguste Rodin es una de las obras más singulares de finales del XIX ya que
bebiendo de la tradición (desde Miguel Ángel a Carpeaux), creará las bases de
lo que sería la evolución escultórica posterior. Podemos decir que el siglo XIX fue el siglo de
la Pintura por la evolución que ésta sufrió a través de los distintos movimientos
artísticos que se sucedieron. Sin embargo, hasta la irrupción de Rodin en las
últimas décadas del siglo XIX , la escultura se había mantenido en parámetros que
repetían formas y fórmulas del pasado ( Entre otras, neoclásicas, neorrenacentistas y
neobarrocas) que satisfacían el gusto conservador de la clientela burguesa. Rodin,
con la introducción de las formas y contornos fluidos en una suerte de difumado
espacial, que suaviza la presencia de la forma escultórica en el espacio parece
dar el punto de partida a una de las cuestiones fundamentales por las que
discurrirá la escultura del siglo XX: La del establecimiento de nuevas
relaciones entre forma escultórica y espacio circundante. Otra cuestión revolucionaria en Rodin que
atañe a lo procesual es el interés por lo fragmentario, como evidencian, por ejemplo,
sus vaciados y moldes de distintas partes del cuerpo. Rodin llamaba “despojos”
a brazos, manos, pies y cabezas que modelaba en barro y vaciaba después en yeso
para obtener numerosas copias que luego empleaba, en distintas obras, en un
proceso de reconstrucción que prefigura prácticas artísticas posteriores. Otro
rasgo característico de la obra de Rodin es el contraste en el tratamiento de
las texturas. De este modo, en una misma obra aparecerán elementos finísimamente
pulidos y otros con aspecto rugoso o inacabado y recurrirá al Non Finito en sus
tallas en piedra, dejando partes del bloque sin tallar, aunque hará esto por un
criterio de tipo estético y no ideológico como había hecho Miguel Ángel. La obra
de Rodin se caracteriza también por una intensa y frecuente sensualidad.
Rodin solía trabajar sus formas en barro y
escayola y luego éstas eran vaciadas en bronce o talladas por sus ayudantes en
mármol. En sus esculturas en escayola se veían las huellas del trabajo manual:
la impronta de dedos y herramientas.
En ocasiones se ha calificado a Rodin de
escultor impresionista, aunque el término está aplicado quizás un poco por los pelos,
ya que con los impresionistas coincide en el tiempo y sólo puede tener en común
con estos esa ya mencionada apariencia de inacabado de sus formas. Es más
evidente la relación de Rodin con el Simbolismo, especialmente por los temas
tratados, en los que es frecuente una visión mucho más sensual del amor o la
visión de la mujer como objeto de deseo o “ Mujer fatal”.
Tanto Brancusi como otros
muchos escultores reconocieron que su obra no sería posible sin la de Rodin.
De Rodin podemos destacar obras como el
“retrato de Balzac”, “Los ciudadanos de Calais”, y las “Puertas del Infierno”
de las que hubiera formado parte la conocidísima “el Pensador” y de las que
derivan otras como “El Beso” y“La Danaide” de la que hablaremos a continuación.
Las Puertas del Infierno
fueron un encargo hecho a Rodin para un Museo de Artes Decorativas que no se
llegó a edificar. Rodin trabajó en ese proyecto a lo largo de toda su vida,
incluso después de que supiera que esas puertas no iban a tener el destino para
el que habían sido encargadas: La figura de la Danaide fue modelada por Rodin
en escayola hacia 1885 y ya no aparecería en su última versión. Posteriormente
hizo alguna réplica en bronce.
La obra que estamos
comentando es una versión tallada en mármol en 1889 por uno de los asistentes
de su taller. Se trata de una escultura de tamaño pequeño (unos 71 cm. de
longitud). El cuerpo, magníficamente tallado está cuidadosamente pulido, creando
una superficie fluida con un acabado aterciopelado de la piel que contrasta con el bloque de mármol del que parece
surgir, tallado de forma mucho más escueta con una textura basta y rugosa, mostrando
las huellas del puntero.
Rodin construyó una especie
de paisaje femenino, poniendo de relieve la línea de la espalda y de la nuca de
la Danaide. Las formas y detalles anatómicos de la espalda, sutilmente tallados
son una sucesión de formas fluidas que parecen suaves colinas. El poeta Rainer
Maria Rilke, que colaboró con Rodin definió el cabello de la Danaide como ”líquido”;
el cabello esparcido desciende suavemente, fundiéndose con el agua vertida de
la jarra sin fondo.
El tema de la escultura es mitológico y alude
a la historia de las hijas de Dánao, las Danaides, que fueron condenadas a ir
llenando eternamente una jarra sin fondo, por haber matado a sus jóvenes
esposos durante su noche de bodas.
Rodin eligió, no como en
la iconografía tradicional, el momento del llenado de las vasijas, sino el de
la desesperanza, frente a la esterilidad de la tarea. Agotada por una tarea sin
fin la Danaide reposa la cabeza "como un gran sollozo" encima de su
brazo.
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