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viernes, 7 de mayo de 2010

El Peine del Viento. 1975. Donostia. Eduardo Chillida ( escultor) y Luis Peña Ganchegui ( arquitecto)


Eduardo Chillida ( esculturas) y Luis Peña Ganchegui ( arquitecto). Peine del Viento, Donostia.1975.

A partir de los años 50 del siglo XX, el arte vasco, va a vivir su momento más fértil y creativo a pesar del ambiente opresivo, ramplón y reaccionario que se vivía en plena dictadura franquista. Un grupo de artistas intentará superar las trabas que dicho ambiente les imponía e intentará contribuir con sus trabajos a cierta reactivación de la cultura y el arte vascos en el contexto menos favorable para ello.
La construcción de la nueva basílica de Arantzazu en Oñate que implicará, entre otros, a artistas vascos como Chillida, que realizaría en bronce las puertas de acceso, Oteiza, autor de la decoración de la fachada y su conocidísimo friso de Apóstoles y la Piedad, y Basterretxea a quien se encargó la decoración pictórica de la cripta simbolizaría uno de estos intentos de Renacimiento de la cultura vasca, encabezados por un activo Oteiza que recibiría en su taller de Arantzazu a todo tipo de jóvenes artistas y personas ligadas a la cultura vasca. Lamentablemente, estos intentos, se encontrarían con la oposición frontal de las autoridades franquistas y parte de las autoridades religiosas de la época así como con el desconocimiento y la incomprensión de parte de una sociedad apocada y gris.
El trabajo de Jorge Oteiza y.Eduardo Chillida será, seguramente, el gran hito de toda la historia del arte vasco.

Eduardo Chillida, reconocido internacionalmente y poseedor de grandes distinciones, entre las que destaca su premio en la Bienal de Venecia de 1958, tiene su obra repartida por todo el mundo.
Nacido en 1924 en Donostia , Chillida comienza a dedicarse a la escultura a finales de los 40. Marchará a París y, en seguida obtendrá un gran éxito tras ser contratado por la galería Maeght, una de las más importantes galerías parisienses, que representaba la obra de artistas como Kandinsky, Braque, Miró , Calder o Giacometti. De sus primeras obras figurativas realizadas en escayola o mármol y que reciben en sus torsos la influencia de la escultura griega arcaica ( los Kouroi), saltará a unas  formas abstractas en hierro forjado evocadoras de las herramientas del mundo agrícola vasco. En la forja, Chillida luchará con el material, golpeándolo para torsionarlo , extrayendo “su voz”; así sus primeras obras en hierro parecen crecer, desarrollarse en el espacio, creando en él ritmos que se extienden en distintas direcciones.
En la obra de Chillida la relación de la forma escultórica con el espacio es una cuestión primordial. En otras obras de hierro como en la serie de los “Peine del Viento” en la que gruesas barras de hierro se doblarán bajo los martillos de modo que parecerán peinar, arañar el espacio o abrazarlo, creando una circulación entre el espacio que parecen “abrazar o definir y el espacio circundante. En sus esculturas de alabastro y piedra y en algunas obras de fundición veremos también la importancia concedida a los espacios vacíos (lo que provocó un enfrentamiento con Oteiza quien le achacó no haber querido reconocer su influencia). Dichos espacios vacíos se abren en ellas como pequeñas habitaciones o espacios arquitectónicos que adquieren un cierto carácter sagrado.

Chillida será, además, un escultor de materiales, es decir, alguien que valorará qué es lo que cada material puede “darle” aún a costa de llevar hasta el extremo sus posibilidades e ir incluso en contra de éstas, como cuando parecerá luchar contra las propiedades del material para extraer de él lo que éste no quiere darle, lanzándose  a doblar barras de hierro en un trabajo de forja que en el caso de sus esculturas de gran tamaño y monumentales le llevará a fundiciones a torsionar y cortar las enormes y gruesísimas barras y planchas que las componen o cuando suspenderá sobre el suelo pesadísimas piezas de hormigón por medio de tensores).
 Además del hierro, Chillida trabajará también la madera, y, más tarde el alabastro, del que explotará sus cualidades traslucidas, el granito, el hormigón y el barro refractario.
Como dibujante y grabador realizará además una extensísima y popularísima obra gráfica en la que sus características formas y caligrafías se aproximarán, por la importancia concedida también a los espacios vacíos a la pintura japonesa.
Entre sus obras podemos señalar “Ikaraundi”, las series de obras denominadas” Lo profundo es el aire” , “ Consejo al espacio” o “ Rumor de límites” , “ elogio de la Arquitectura” o “El peine del Viento” entre los que destaca el conocidísimo “Peine del Viento” de Donostia que ahora vamos a comentar. Además, en sus últimos años de vida vio como se inauguraba un proyecto con el que se implicó especialmente.: el bellísimo museo al aire libre Chillida- Leku, situado en Hernani en el que se hace patente la refinada sensibilidad de este artista.


En un paraje que frecuentaba en su infancia, en el paseo del Tenis de Donostia, en el extremo de la playa de Ondarreta, justo en uno de los dos brazos de mar por el que la bahía de la Concha se abre al indómito mar cantábrico y sobrevolado por el monte Igueldo que cae en vertical sobre el lugar., Chillida realizará con el soberbio arquitecto Peña Ganchegui su mejor proyecto.
Luis Peña Ganchegui, seguramente el más brillante e influyente arquitecto vasco de la segunda mitad del siglo XX, colabora con Chillida creando una especie de plaza abierta al mar, o mejor, de temenos de reminiscencias clásicas. Realizada íntegramente con sillar burdo de granito rosáceo de Porriño, cuya textura rugosa establece una relación más natural con el espacio circundante, la plaza está formada por una prolongación del paseo a cuya izquierda se elevan un serie de plataformas que se suceden en distintas alturas y que funcionan como miradores  contribuyendo a relacionar el espacio arquitectónico con el acantilado del monte Igueldo que cae a pico sobre ella. Las líneas horizontales de los peldaños de las escalinatas, balaustradas, pretiles y plataformas también contribuyen a integrar perfectamente el espacio arquitectónico en su entorno, relacionándolo con el horizonte marino y contraponiéndolo a los estratos verticales del acantilado del monte, dirigiendo además los pasos y la mirada del espectador hacia el extremo de dicho espacio arquitectónico, tras el cual vemos las tres esculturas de Chillida que surgen, una de la roca del monte y las otras dos de rocas enclavadas en el mar abierto resistiendo los embates del mar.
Las tres esculturas de gran tamaño son semejantes y están realizadas con gruesísimas barras de sección cuadrada en hierro macizo que han sido dobladas con los potentes martillos de un forja industrial .Son características sus capas y costras de óxido protector que crean pictóricos efectos de tonos rojizos, marrones y negruzcos en su superficie.
Chillida decía estar “ muy ligado al número tres” ya que lo veía como el medio más económico de entrar en el espacio y de actuar sobre él. De este modo, tres son, como hemos dicho, las esculturas, tres, las barras de éstas que penetran en cada roca, otros tres, los brazos que definen los espacios vacíos, dando la sensación de querer abrazarlo o de “peinar el viento” como tres son también los elementos que se enfrentan en el paisaje: La tierra y sus rocas, el mar y sus olas y el cielo y su viento.
 La escultura que aparece a la izquierda en el extremo de la plaza es la única a la que el espectador puede acceder físicamente y se sitúa como colofón del desarrollo de la ciudad, surgiendo, desde la roca del monte, horizontalmente, como lo hace también la escultura que fijada a la roca más cercana a la plaza, creando la sensación de estar intentando acercarse la una a la otra. Sin embargo, la escultura del fondo se alza en vertical sobre unas rocas estableciendo otra relación con la línea de horizonte.
La obra de Chillida y Peña Ganchegui. es una espléndida metáfora de la relación del hombre con su entorno y un ejemplo en la integración de escultura y arquitectura en la naturaleza.

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