Uno de los grandes genios del impresionismo es Claude Monet. De hecho fue su cuadro “ Impresión, amanecer” pintado en 1872, el que provocó que un crítico de arte calificara burlonamente la pintura de Monet y de sus compañeros de “ Impresionista”. Sus cuadros muestran perfectamente el interés por la captación de los efectos cromáticos que producen las diferentes luces según la hora del día, la luz, el tiempo atmosférico y otras circunstancias ambientales. Esto le llevará a la realización de distintas series (metas de paja, estación de Saint Lazare, fachada de la catedral de Rouen, estanque de nenúfares y puente japonés de su casa de Giverny,...) que se prolongarán más o menos en el tiempo y que le permitirán dedicarse a una pintura en la que toda la imagen se reducirá a términos cromáticos. Aún así, su prolongada evolución le llevará de los cuadros de sus primeras décadas de actividad, en la que los criterios más “objetivos” y naturalistas en la interpretación del color darán paso, en sus últimos años, a una interpretación más “lírica” de éste y una mayor disolución de las formas en las que la pincelada cobrará más importancia como podemos observar en la obra que vamos a comentar.
Puede ser importante para comentar esta obra maestra de Monet conocer su compleja génesis.
Cuando en 1890, la hasta entonces delicada situación económica de Monet mejoró, éste pudo permitirse adquirir una casa con jardín en Giverny, dónde ya había pasado largas temporadas los años anteriores. Posteriormente, adquiriría otro terreno contiguo en el que, aprovechando un curso de agua, creará un estanque en el que hará crecer plantas acuáticas, en especial nenúfares, y en uno de cuyos extremos hará construir un puente japonés de madera. Hasta su muerte en 1926, dicho estanque, sus márgenes y su puente serán el tema principal de la obra de Monet. También en esta época, Monet empezó a imaginar una estructura pictórica curva o una pieza circular que se elevara a media altura de una persona y que estuviera completamente ocupada por un horizonte de agua que reprodujera la superficie del estanque de Giverny. Ya en 1914 el proyecto había cambiado y los lienzos doblado su altura, hasta alcanzar los dos metros, superando la altura de una persona buscando que el espectador se sintiera rodeado y sumergido.
Tras el armisticio que dio fin a la 1ª guerra mundial, Monet pensó donar la obra que estaba realizando al estado francés. En 1922, Clemenceau, que había sido presidente del consejo de estado ( 1º ministro de Francia) en los años finales de la 1ª guerra mundial y que era amigo y admirador de Monet consiguió que éste firmara el contrato de cesión de estas obras al estado francés. Poco más tarde se decidió que las obras se instalarían en dos salas adaptadas ex profeso en el edificio de la Orangerie en un extremo del parque de las Tuillerías de París. Desde entonces hasta su muerte en 1926, Monet trabajó en intentar culminar su obra, interrumpiéndose por sus gravísimos problemas de visión que le llevaron a operarse de cataratas en 1923 y por frecuentes caídas de su estado de ánimo, motivadas en parte por dichos problemas oculares que sólo se solucionarían en 1925. Sólo entonces, Monet declaró haber recuperado su verdadera vista, lo que era para él vivir una segunda juventud que le impulsó a ponerse de nuevo manos a la obra. Monet fallecería en diciembre de 1926 y sus lienzos serían instalados en la Orangerie en los primeros meses de 1927.
Los lienzos de Monet forman ocho paneles de distintas dimensiones situados en dos salas de planta elíptica con cierta apariencia de bucle en el que las superficies parecen también prolongarse fluida e ininterrumpidamente . Todos los paneles tienen dos metros de altura pero sus longitudes son variadas. En la sala 1 se ve un panel de casi 6 m. en el muro oeste titulado “atardecer”, otro de casi 8,5 m en el este llamado “ reflejos verdes” y dos de 12,70 m aproximadamente en los muros norte y sur llamados respectivamente “Mañana” y “ Las Nubes”. En la sala 2, algo más grande en superficie , hay un panel de casi 8,5 m. en el muro oeste titulado “ reflejos de árboles”, otro de 17 m en el este llamado “los dos sauces” y otros dos de unos 12,70m también en los muros norte y sur que se llaman “ Mañana con sauces” y “Mañana clara con sauces”.
Como ya hemos dicho, Monet pintó estas obras al óleo sobre lienzo. La mayoría de las piezas que conforman los paneles son de unos 4 m. de longitud y se unieron al ser instaladas definitivamente en la Orangerie. Monet las pintó en un gran estudio cercano al estanque en el que disponía cada uno de los lienzos montado sobre un caballete y poniéndolos unos junto a otros para estudiar y comparar su efecto e interrelación.
Podemos decir, sin temor a parecer pomposos, que estas pinturas de Monet son el triunfo del color,. Es este el constructor absoluto de la imagen pictórica. En ella las formas parecen disolverse; no hay dibujo, sólo el color y, como es característico de los impresionistas, Monet no busca imitar las calidades de lo representado por medio de las distinta calidad de la materia pictórica ( No emplea veladuras para crear sensación de transparencias ni pintura más diluida para los efectos acuosos) sino que aplica el color en pinceladas sueltas y cargadas, gestuales, dinámicas ondulantes, cimbreantes, superponiéndose y creando una superficie riquísima en materia pictórica. Una superficie no se entenderá monocroma, sino que una multitud de pinceladas aportarán numerosos matices de colores vibrantes, tanto en las zonas de luz como en las de sombra.
Excepto en el lienzo titulado atardecer del muro oeste de la sala 1 en el que los colores dominantes son los cálidos tonos rojizos y amarillos, en el resto de los paneles los colores predominantes son fríos, en especial los azules entre los que vemos todo tipo de gamas de azules cielo, violáceos o ultramar y verdes aunque también en estos paneles veamos aquí y allá, avivando las composiciones, los toques de rojos y amarillos con los que pinta las flores de las ninfeas u otros colores como marrones, naranjas carmines, blancos morados,… con los que matiza de un modo absolutamente magistral los distintos efectos de luz, brillos, reflejos,… Con una sutileza absoluta Monet reproduce un tronco de sauce a contraluz con pinceladas marrones y ocres pero también azules, violáceas, verdes o carmines y resuelve unos nenúfares superponiendo una pincelada de bermellón o de amarillo sobre unas manchas de rosa o blanco.
El espacio no parece representado siguiendo la perspectiva tradicional . Lo que observamos es la superficie del agua ocupando todo el espacio de representación, con los reflejos que en ella se producen y las plantas acuáticas flotando en ella, y sólo en algunas de las composiciones aparecen en el borde inferior algunas briznas de hierba de la orilla o los troncos y las hojas de unos sauces llorones. De este modo, Monet crea una imagen que envuelve sin interrupciones al espectador que se siente sumergido en un entorno coloreado en el que cuesta percibir los límites.
Evidentemente, y aunque Monet fuera uno de los principales representantes del impresionismo, el enorme formato le impedía pintar los lienzos ante el propio estanque. Por eso, ya no se trata tanto de captar la fugacidad de un efecto lumínico determinado como de volcar todo lo que décadas de contemplación ha ido impregnando la memoria y los sentidos del artista. El espectador situado en las salsa se siente impregnado de ese color que lo envuelve. Lo que observa tiene un intensísimo poder de evocación. A través de esas pinceladas sueltas y liberadas de la obligación de ceñirse a un dibujo, se ha representado como nunca ese estado en el que realidad aparece modelada por el recuerdo asentado y preciso de la paz de las horas y horas, días y días, años y años, pasados por Monet paseando por los márgenes del estanque u observando con detenimiento ,mientras pintaba, el reflejo de las nubes desplazándose o el sutil movimiento de la superficie. A través del color y de la absoluta belleza que nos rodea e impregna, sentimos y hacemos nuestras la experiencia, la evocación y la emoción de Monet y podemos acertar a ver lo infinito.. Éste solía decir: “ lo indeterminado y lo vago son medios de expresión que tienen su razón de ser y sus propiedades ya que por ellos la sensación se prolonga y formulan el símbolo de la continuidad”.
Aunque en el tiempo en que fueron mostradas al público por primera vez algunos consideraron las Ninfeas de Monet como algo atrasado y pasado de moda ( en esta época se estaban desarrollando el surrealismo o corrientes abstractas como el neoplasticismo y pintores como Picasso llevaban ya veinte años dominando la escena artística parisiense), enseguida otros artistas vieron en ellas una fuente de inspiración y un precedente del expresionismo abstracto lírico que triunfaría en la década de los 50 del siglo XX.
Puede ser importante para comentar esta obra maestra de Monet conocer su compleja génesis.
Cuando en 1890, la hasta entonces delicada situación económica de Monet mejoró, éste pudo permitirse adquirir una casa con jardín en Giverny, dónde ya había pasado largas temporadas los años anteriores. Posteriormente, adquiriría otro terreno contiguo en el que, aprovechando un curso de agua, creará un estanque en el que hará crecer plantas acuáticas, en especial nenúfares, y en uno de cuyos extremos hará construir un puente japonés de madera. Hasta su muerte en 1926, dicho estanque, sus márgenes y su puente serán el tema principal de la obra de Monet. También en esta época, Monet empezó a imaginar una estructura pictórica curva o una pieza circular que se elevara a media altura de una persona y que estuviera completamente ocupada por un horizonte de agua que reprodujera la superficie del estanque de Giverny. Ya en 1914 el proyecto había cambiado y los lienzos doblado su altura, hasta alcanzar los dos metros, superando la altura de una persona buscando que el espectador se sintiera rodeado y sumergido.
Tras el armisticio que dio fin a la 1ª guerra mundial, Monet pensó donar la obra que estaba realizando al estado francés. En 1922, Clemenceau, que había sido presidente del consejo de estado ( 1º ministro de Francia) en los años finales de la 1ª guerra mundial y que era amigo y admirador de Monet consiguió que éste firmara el contrato de cesión de estas obras al estado francés. Poco más tarde se decidió que las obras se instalarían en dos salas adaptadas ex profeso en el edificio de la Orangerie en un extremo del parque de las Tuillerías de París. Desde entonces hasta su muerte en 1926, Monet trabajó en intentar culminar su obra, interrumpiéndose por sus gravísimos problemas de visión que le llevaron a operarse de cataratas en 1923 y por frecuentes caídas de su estado de ánimo, motivadas en parte por dichos problemas oculares que sólo se solucionarían en 1925. Sólo entonces, Monet declaró haber recuperado su verdadera vista, lo que era para él vivir una segunda juventud que le impulsó a ponerse de nuevo manos a la obra. Monet fallecería en diciembre de 1926 y sus lienzos serían instalados en la Orangerie en los primeros meses de 1927.
Los lienzos de Monet forman ocho paneles de distintas dimensiones situados en dos salas de planta elíptica con cierta apariencia de bucle en el que las superficies parecen también prolongarse fluida e ininterrumpidamente . Todos los paneles tienen dos metros de altura pero sus longitudes son variadas. En la sala 1 se ve un panel de casi 6 m. en el muro oeste titulado “atardecer”, otro de casi 8,5 m en el este llamado “ reflejos verdes” y dos de 12,70 m aproximadamente en los muros norte y sur llamados respectivamente “Mañana” y “ Las Nubes”. En la sala 2, algo más grande en superficie , hay un panel de casi 8,5 m. en el muro oeste titulado “ reflejos de árboles”, otro de 17 m en el este llamado “los dos sauces” y otros dos de unos 12,70m también en los muros norte y sur que se llaman “ Mañana con sauces” y “Mañana clara con sauces”.
Como ya hemos dicho, Monet pintó estas obras al óleo sobre lienzo. La mayoría de las piezas que conforman los paneles son de unos 4 m. de longitud y se unieron al ser instaladas definitivamente en la Orangerie. Monet las pintó en un gran estudio cercano al estanque en el que disponía cada uno de los lienzos montado sobre un caballete y poniéndolos unos junto a otros para estudiar y comparar su efecto e interrelación.
Podemos decir, sin temor a parecer pomposos, que estas pinturas de Monet son el triunfo del color,. Es este el constructor absoluto de la imagen pictórica. En ella las formas parecen disolverse; no hay dibujo, sólo el color y, como es característico de los impresionistas, Monet no busca imitar las calidades de lo representado por medio de las distinta calidad de la materia pictórica ( No emplea veladuras para crear sensación de transparencias ni pintura más diluida para los efectos acuosos) sino que aplica el color en pinceladas sueltas y cargadas, gestuales, dinámicas ondulantes, cimbreantes, superponiéndose y creando una superficie riquísima en materia pictórica. Una superficie no se entenderá monocroma, sino que una multitud de pinceladas aportarán numerosos matices de colores vibrantes, tanto en las zonas de luz como en las de sombra.
Excepto en el lienzo titulado atardecer del muro oeste de la sala 1 en el que los colores dominantes son los cálidos tonos rojizos y amarillos, en el resto de los paneles los colores predominantes son fríos, en especial los azules entre los que vemos todo tipo de gamas de azules cielo, violáceos o ultramar y verdes aunque también en estos paneles veamos aquí y allá, avivando las composiciones, los toques de rojos y amarillos con los que pinta las flores de las ninfeas u otros colores como marrones, naranjas carmines, blancos morados,… con los que matiza de un modo absolutamente magistral los distintos efectos de luz, brillos, reflejos,… Con una sutileza absoluta Monet reproduce un tronco de sauce a contraluz con pinceladas marrones y ocres pero también azules, violáceas, verdes o carmines y resuelve unos nenúfares superponiendo una pincelada de bermellón o de amarillo sobre unas manchas de rosa o blanco.
El espacio no parece representado siguiendo la perspectiva tradicional . Lo que observamos es la superficie del agua ocupando todo el espacio de representación, con los reflejos que en ella se producen y las plantas acuáticas flotando en ella, y sólo en algunas de las composiciones aparecen en el borde inferior algunas briznas de hierba de la orilla o los troncos y las hojas de unos sauces llorones. De este modo, Monet crea una imagen que envuelve sin interrupciones al espectador que se siente sumergido en un entorno coloreado en el que cuesta percibir los límites.
Evidentemente, y aunque Monet fuera uno de los principales representantes del impresionismo, el enorme formato le impedía pintar los lienzos ante el propio estanque. Por eso, ya no se trata tanto de captar la fugacidad de un efecto lumínico determinado como de volcar todo lo que décadas de contemplación ha ido impregnando la memoria y los sentidos del artista. El espectador situado en las salsa se siente impregnado de ese color que lo envuelve. Lo que observa tiene un intensísimo poder de evocación. A través de esas pinceladas sueltas y liberadas de la obligación de ceñirse a un dibujo, se ha representado como nunca ese estado en el que realidad aparece modelada por el recuerdo asentado y preciso de la paz de las horas y horas, días y días, años y años, pasados por Monet paseando por los márgenes del estanque u observando con detenimiento ,mientras pintaba, el reflejo de las nubes desplazándose o el sutil movimiento de la superficie. A través del color y de la absoluta belleza que nos rodea e impregna, sentimos y hacemos nuestras la experiencia, la evocación y la emoción de Monet y podemos acertar a ver lo infinito.. Éste solía decir: “ lo indeterminado y lo vago son medios de expresión que tienen su razón de ser y sus propiedades ya que por ellos la sensación se prolonga y formulan el símbolo de la continuidad”.
Aunque en el tiempo en que fueron mostradas al público por primera vez algunos consideraron las Ninfeas de Monet como algo atrasado y pasado de moda ( en esta época se estaban desarrollando el surrealismo o corrientes abstractas como el neoplasticismo y pintores como Picasso llevaban ya veinte años dominando la escena artística parisiense), enseguida otros artistas vieron en ellas una fuente de inspiración y un precedente del expresionismo abstracto lírico que triunfaría en la década de los 50 del siglo XX.
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