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lunes, 15 de marzo de 2010

La danza, 1909. Matisse.


En la primera década del siglo XX surgirán en Europa los movimientos expresionistas. El término de expresionista se empleará para designar esas formas artísticas en las que la imagen sacrificará el parecido verista respecto al modelo, para potenciar la transmisión de los sentimientos del propio autor, por medio de recursos plásticos como el gesto de la pincelada, la textura de la superficie pictórica, el empleo expresivo de la línea y la simplificación formal.
Evidentemente, el expresionismo no surge de la nada. Ya en 1861, el poeta simbolista Stéphane Mallarmé proponía que el artista debía de ocuparse menos del objeto que representaba que del “efecto que producía”.
Podemos considerar a Van Gogh, Gauguin y al simbolista Redon como predecesores de estas tendencias. Pero además, las influencias de las llamadas artes primitivas, que provenientes de las colonias africanas y de Oceanía llegaban a la metrópoli, así como el interés por la pintura de la alta edad media fueron determinantes en la aparición del estilo.
Aunque la expresión de un estado emocional intenso no exija inevitablemente la eliminación de la representación objetiva, lo cierto es que para 1909, el deseo de la expresión de éste y el acercamiento a un estado espiritual, abocará al expresionista Kandinsky a eliminar todo vestigio de referencia al mundo natural, de modo que podemos decir que en los presupuestos expresionistas se contendrá el germen del arte abstracto.
“Fauve” significa en francés “bestia “y éste es el epíteto con el que un crítico calificó despectivamente a un grupo de pintores que exponían en el Salón de Otoño de1905, entre los que se encontraban Matisse, Dérain y Vlaminck. Estos pintores partían en algunos aspectos de los pintores postimpresionistas: la pincelada gestual y las distorsiones de Van Gogh, el color no descriptivo y el decorativismo de Gauguin ,el puntillismo de Seurat y Signac y el modelado por planos de color de Cézanne. El expresionismo Fauve buscará investigar los problemas formales del diseño pictórico.

Entre todos los pintores fauve destaca Henri Matisse quien es junto con Picasso, uno de los pintores más importantes del siglo XX. Su aportación al arte ha sido fundamental, no sólo por su propia obra, sino por la influencia que ésta ha ejercido en numerosos artistas posteriores.
En sus primeras obras como” Lujo, calma y voluptuosidad”, combinó una factura puntillista de pinceladas más gruesas con una interpretación del color más libre. Paulatinamente, éste, el color, irá distribuyéndose en la superficie en planos más grandes, jugando con los contrastes violentos de complementarios, los gruesos empastes de pintura, y la ausencia de contornos precisos. Posteriormente, su obra evolucionará hasta adquirir una sutileza y elegancia sin par, en imágenes que nos hablan de cierta alegría de vivir, de un mundo placentero, ordenado, reposado ( y , ¿porqué no? burgués), dónde las formas se irán desnudando de todo lo accesorio, jugando con la elegancia de la línea y las masas de colores planos ordenadas siguiendo un ritmo casi “musical”.
De su obra podemos destacar cuadros como” La raya verde ( Retrato de Mme. Matisse)”, “ La alegría de vivir”, “ La Musique”,“ La danza” que vamos a comentar a continuación, “ La Lección de Piano”, “ Puerta ventana en Collioure”, “La blusa rumana” o los extraordinarios collage finales de la serie “ Jazz”.

La danza.1909-1910. De este cuadro Matisse realizó dos versiones. Se trata de un gran óleo sobre lienzo de 260x 391cm. El gran formato empleado por Matisse busca crear una imagen monumental que dote a lo representado de un carácter casi sagrado.
En él Matisse emplea sólo cuatro colores: el verde y el azul del fondo y el color carne y el marrón del contorneado de las figuras.
Matisse resuelve en ésta y otras obras la cuestión acerca de la primacía del dibujo sobre el color o viceversa. Aquí parece conciliar el dilema entre la línea (a la que se le relaciona con las tendencias más racionalistas del arte) y el color ( que se emparenta generalmente con las más” emocionales”) en una imagen que es razón y emoción, línea y color a la vez.
La imagen es el resultado de un proceso de depuración en el que Matisse renuncia,  sabia  y radicalmente, a todo lo que considera superfluo para alcanzar lo esencial del tema. Así,  aunque dicho tema sea clásico y habitual en la pintura más académica del siglo XIX, el tratamiento no lo es en absoluto: Desaparecen la corrección anatómica, la representación  convencional del volumen por medio del claroscuro al igual que la del espacio por medio de la perspectiva.
Matisse, guiado por un extraordinario y lírico sentido del ritmo así como por un instinto infalible para las armonías de colores convierte el movimiento de la danza en un ritmo de elegantes y expresivas líneas onduladas dónde todo lo superfluo: matices de color, corrección anatómica y verismo, se sacrifica buscando evocar por medio de la pintura ese ritmo musical de la danza. El éxito de Matisse es total; nunca una pintura con semejante economía de medios pictóricos había evocado con tanto poder el mencionado ritmo sensual, seductor y casi sagrado de la danza. Las figuras se convierten en gesto y balanceo; el movimiento de la línea es lo primordial. El cuadro evoca todas las danzas, las más trascendentes y las que afloran en la memoria de Matisse como las de las fiestas populares de su juventud y las sardanas que veía en sus estancias en Collioure.
Matisse realizó este cuadro para un aristócrata ruso que era uno de los grandes coleccionistas de su arte. Tras la revolución la maravillosa colección de este noble fue requisada y pasaría a manos del estado soviético que expondría ésta en el museo Ermitage de San Petersburgo. La obra de Matisse, ya conocida antes de la expropiación, tendría así una enorme influencia en artistas rusos como Malevich que diría haber aprendido de Matisse que línea y color debían ser liberados de todo mimetismo naturalista.

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